La aclamamos y honramos como Reina, la exaltamos con las más sublimes y dulces palabras, agradecemos su coraje y nos alegramos por su humilde voluntad, porque llevó en su vientre a aquél a quien el mundo entero tenía ansias de conocer gracias a su si en el momento de la anunciación.
Si, una palabra que a pesar de su sencillez representa más que la unión entre dos letras, representa una aceptación de perdón, de amor, de liberación, de sacrificio, de voluntad. La cual, tras haber sido pronunciada por la joven María, permitió que el camino de reconciliación y salvación empezara a construirse.
El sí de María, es un si generoso, a prueba de cualquier tipo de condición o retribución. Ese si es modelo de disponibilidad absoluta al amor de Dios, es prueba de un espíritu joven, que no teme arriesgarse al tomar una vida justa al servicio de Dios y que rompe cualquier falso esquema que gira alrededor de la juventud: inmadurez, debilidad y temor.
Juventud, un papel difícil de desempeñar, una etapa en la que la lluvia de dudas no respeta ni creencias, ni pensamientos, ni ideales propios, y los suplanta por falsos caminos, abriendo así un abismo para muchos jóvenes para que vivan todavía en los tormentos derivados del pecado, del odio, de la violencia, del terrorismo y de la guerra.
María también vivió la juventud, ella sabe lo difícil que es, más aun hoy, donde los ideales se pierden en un mundo de desencanto y se queman por el egoísmo, pero a cambio de eso ella nos entrega humildemente su generosidad, su entrega y disponibilidad y nos acoge con su amor de madre, y nos consuela de cualquier indicio de sufrimiento con su humilde corazón.
María también vivió la juventud, ella sabe lo difícil que es, más aun hoy, donde los ideales se pierden en un mundo de desencanto y se queman por el egoísmo, pero a cambio de eso ella nos entrega humildemente su generosidad, su entrega y disponibilidad y nos acoge con su amor de madre, y nos consuela de cualquier indicio de sufrimiento con su humilde corazón.